Lo que sucedió esa mañana del martes 11 de septiembre del 2001 ya fue relatado de todas las maneras posibles.
El polvo aún no se había disipado y el olor de la carne incinerada seguía flotando en el aire cuando Bush lanzó lo que llamó “Operación Libertad Duradera” con el justo objetivo de atrapar a Osama bin Laden “vivo o muerto” y derrocar el grotesco régimen talibán de Afganistán que le había dado cobijo. El 80% de los estadounidenses estuvo de acuerdo. Había que vengar las 3.000 muertes y la humillación recibida. El resto de Occidente acompañó, e incluso proporcionó tropas y recursos. Dos meses más tarde cayeron los talibanes, pero Bin Laden desapareció entre las montañas de Tora Bora, en la cordillera del Hindu Kush. Todo el poderío militar no pudo terminar de una buena vez con el líder terrorista y su pequeño grupo de montañeses que escalaron hasta un antiquísimo sistema de cuevas que los protegieron de toda la alta tecnología del Pentágono.
Bin Laden comenzó a ser vivado en las calles de todas las ciudades musulmanas del mundo. Se había convertido en un “bandolero romántico” al haber logrado que 19 kamikazes secuestraran cuatro aviones y las incrustaran contra las Torres Gemelas de Manhattan y el Pentágono en Washington. Una operación relativamente simple de enorme ingenio.
Inmediatamente después de los atentados, aparecieron las figuras emblemáticas de “los empolvados”, los que lograron escapar de la destrucción de las torres y salieron de la bruma envueltos en el polvo de las cenizas.Las víctimas de los atentados fueron muchas más que las 3.000 de la lista oficial.
El mundo perdió libertades básicas. Los aeropuertos se convirtieron en guarniciones militares. La seguridad fue el centro de todas las decisiones.
Para adelante quedan las consecuencias de la salida desastrosa de Afganistán, la expansión del ISIS y otros grupos terroristas, la guerra por el liderazgo global de Estados Unidos y China, la tolerancia al intervencionismo ruso contra el proceso democrático, no sólo en Estados Unidos sino en varios países, y lo que pueda traer la revolución científico-tecnológica que está en pleno desarrollo. Veinte años más tarde, el 11-S ya quedó para los libros de historia. Su legado de incertidumbre perdura./INFOBAE